domingo, 30 de agosto de 2009

La dama de rojo





Las nueve de la noche. Las agujas del reloj no avanzan más. Esta habitación de hotel pueblerino es húmeda, y tiene ratas en las cañerías. Puedo oírlas nítidamente. Van y vienen de un lado al otro, como buscando lo imposible, al igual que yo... de la ventana a la puerta, de la puerta a la ventana... Y un clima de desesperación que ya me hace transpirar.
El día de hoy se hizo eterno. Y acá sigo…mezcla de cansancio, fastidio, tristeza y olvido. Tratando de no pensar que acabé arruinándolo todo. Aquello que tanto había tardado en construir con esmero y esfuerzo, anoche se había derrumbado en tan solo dos segundos…
Cinco minutos para las diez. La luna llena ilumina la carretera vacía de acceso al oeste. Puedo observar como las copas de los árboles danzan al ritmo del viento otoñal, mientras algunas hojas comienzan el proceso de desprendimiento y caen súbitamente hacia la superficie formando una alfombra amarronada que termina cubriendo parte del asfalto también. Un paisaje digno de fotografía.
Dejo el retrato de Susanna en la mesa de luz. Es lo más importante que conservo. Lo único que me queda de este amor que me carcome por dentro. Me mojo el rostro. La imagen que devuelve el espejo no es la que desearía haber visto jamás. Desgastado, ojeroso, agotado. Soy la sombra del hombre que solía ser.
Las once y media. Decido ir por un trago fuerte que me ayude a dejar en el tintero las penas. Whisky, vodka, vino, cerveza, por separado o todo junto. El hígado me lo agradecería entrada la noche con pataletas y ganas de devolver. Nada peor al infierno que vivo desde anoche. El alcohol me tiene que ayudar a olvidar.
Camino solo, entre las estrellas perdidas en la oscuridad, yo también estoy perdido. El ruido de algún grillo, o los ladridos de algún perro salvaje. Nada me asusta. Voy en camino a olvidarla. Tengo que sacármela de la cabeza. Buscar una compañía, al menos para pasar el resto de la noche. Alejar este dolor que punza fuerte en el medio del pecho y ya casi me impide respirar.
Me arreglo antes de entrar. Trato de peinarme. Acomodarme el cuello de la camisa, enderezarme el saco de pana. Todavía tengo algo de dignidad. Necesitaba encontrar una mujer que me consuele, y para eso debía estar, mínimamente, presentable. Aunque sea para entrar en ese "barsucho" de mala muerte.
El lugar ambientado rústicamente con maderas, y techo de paja, parecía estar bastante concurrido. Un flipper pegado a la puerta de entrada parecía ser la diversión ideal para cualquier aldeano. Me reuso a borrar de mi mente la idea que me azotó la cabeza desde el primer día que llegamos a estos pagos. Odio este condado... y si vine, fue porque ella me lo pidió... Pero fue todo en vano. Ella ya no está, y entre copa y copa, las agujas del reloj aceleran su tránsito y mi imagen de su cuerpo comienza a desvanecerse entre tantas luces que me cegan.
La música alta y yo sentado en ese bar. Todos bailan y yo no encuentro quien me saque de esta postura. Se cierran mis ojos y empiezo a cabecear. Una y otra vez. Cuando estoy a punto de dormirme, sorprendentemente la dama de rojo se hizo presente…

Todo pareció esfumarse. La gente desaparecía, y quedaba solo ella en el centro de la pista. Mitad mujer, mitad rojo. Y ese vestido que encajaba y potenciaba delicadamente cada rincón de su morfología.
Estoy tan embriagado que no logro siquiera verle su rostro entre las penumbras del lugar, pero mi corazón se acelera, mi pulso acrecienta, y mis pupilas se abren como pétalo de flor en plena mañana primaveral. Y ella, danzando sola con bastante alcohol en su cuerpo, esperando seguramente por un verdadero caballero que la conquiste y le haga el amor, le haga verdaderamente el amor.
Actuando impulsivamente y con las pocas fuerzas que tengo de reserva me acerco y me dejo llevar por ese perfume que emana su piel, y con dulzura y suavidad la tomo de la cintura. De fondo, junto al piano y un micrófono, un lugareño de barba prolijamente recortada llamado Chris de Burgh, conocido entre los granjeros por escribir y componer canciones de amor, comienza los acordes de un maravilloso tema: “La dama de rojo esta bailando conmigo. Nadie acá, solo ella y yo. Aquí es donde debía estar. Jamás pude imaginar semejante belleza a mi lado. Nunca olvidare, el modo en que se veía esta noche”. Ambos nos apoderamos de esa canción y la hicimos nuestra.
Su respiración, junto a la mía. Ella brillaba y lo hacía también yo. Es un romance de minutos, pero con la intensidad de toda una vida. Bailando fundidos entre la tenue luz de esa taberna, su vestido rojo pasión, mi aliento a alcohol, los dos éramos uno solo. Me sacuden por dentro sus ojos, no puedo ver su rostro claramente aún, pero ella es especial, solo una pocas habían generado eso en mi.
Esos minutos fueron suficientes para sentirme a salvo, para saciar tantas penas, para sentirme renovado. Si fuera el hombre de esa mujer, jamás la dejaría ir. La cuidaría cual joya preciosa, como porcelana en mis manos, como la octava maravilla del mundo. Me había enamorado de ella. Y ella de mí.
Su frente junto a la mía, tomados de las manos, acariciándonos los dedos, con los ojos cerrados ambos. La música comienza a concluir, y las luces a prenderse. Antes de abrirlos para contemplar esa impresionante belleza, le pregunto su nombre. Jamás olvidare su respuesta. Fue: Susanna.
Ambos nos quedamos inmóviles y bruscamente sin respiro. Nos miramos cara a cara, atónitos, sorprendidos y estupefactos. No podíamos creer lo que teníamos en frente. Era ella... mi esposa, la mujer más hermosa del pueblo, la mujer que me hacía vibrar el alma entera, la mujer que logró enamorarme por segunda vez.
No hizo falta decir nada. Ella, al igual que yo necesitaba saciar su angustia, su desazón. Y éramos tan parecidos que eligió, involuntariamente el mismo lugar que yo para emborracharse y buscar una compañía física que le ayude a que la noche no le fuera tan cruel e hiriente. Fuimos ambos en busca de lo similar. Y nos encontramos nuevamente sin saberlo. Susanna y yo. La dama de rojo y yo.
El cantante de barba recortada se acerco, nos miró fijamente, y nos dijo que cuando su tema fuera un éxito mundial, se acordaría eternamente de nosotros dos. Nos agradeció, se dio media vuelta y se esfumó entre el humo y las luces de la pista de baile.

2 comentarios:

  1. Qué inspirador! Muchas veces buscamos por ahi lo que tenemos al lado nuestro, y no lo sabemos ver!!! Muy sabio, Tommy, muchas gracias!

    Perico.-

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  2. Me encantoooo!!!! esa coneccion que aveces tenemos con cierto tipo de personas es especial. sin siquiera darnos cuenta de quienes somos sabemos que estamos con una persona querida!!! será sexto sentido? Tomy, me volas la cabeza.. no puedo dejar de leer lo que escribis!!! ademas me situas en el lugar!!!! me atrapas, cosa que cuesta en mi!! Gracias.

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