miércoles, 1 de septiembre de 2010

Agua de lluvia



El cementerio vestía tormenta aquella triste mañana de domingo. Nubes grises sobre ambos féretros. Negro luto en el cielo, y en la superficie también. Zapatos manchados de barro, verde sin vida, flores marchitas muriendo en soledad, y gusanos hambrientos de carne humana destinada a pudrirse en el abandono. El aire sabe a lamento. Un lúgubre paisaje de árboles grises yendo y viniendo al son de una incesante brisa otoñal, engalanando claramente el peor momento en la vida de aquella pequeña. Agua de lluvia entremezclándose con ese mar de lágrimas.

Ambos cuerpos reposando en total quietud dentro de esas aborrecibles cajas de madera. Sin palabras que pudieran explicar semejante disgusto. Como hacerle entender a una inocente criatura la rebeldía de un destino empecinado en arrollar justo en el mismo día la vida de sus dos papás. Luz de luna llena reflejando un descolorido paisaje de crucifijos cómplices de aquel entierro. Y agua de lluvia deslizándose sobre ambas lápidas clavadas en el suelo.


No más luz de sol reflejada en su rostro ingenuo, no más voces de alivio en sus noches de miedo a la oscuridad, no más cuentos mágicos antes de dormir. Desconsuelo extremo para aquella niña. Las plegarias fatídicas de un sacerdote vestido de negro, con su rostro plagado de arrugas, y una biblia deshojada en sus manos. Con cada relámpago, su mirada mortífera y desalentadora, se fundía entre la multitud. Agua de lluvia empapando el retrato de una figura opaca que la acompañaría toda su vida.

Gritos de exasperación. La tierra mojada hambrienta de furia, se va comiendo los ataúdes. El dolor protagonista de la escena. Sin lugar donde escapar. Caen las hojas de los árboles. Cae la noche. Cae la lluvia. Frió en sus piernitas, abrazos sin consuelos. Nada más que perder. Las cartas echadas, vuelan alto, se van con el viento. Desdibujan y confunden al destino. Nada más por hacer. Poderosa agua de lluvia con sabor a despedida, borrando cruelmente recuerdos, escurriéndose entre el dolor injustificado y gratuito. Perder lo que más se ama.

No hay poder más grande, que el poder del adiós.