domingo, 12 de abril de 2020

Cuando el Señor se disponga a regresar





Cuando el Señor se disponga a regresar se dará cuenta de que ha perdido a su mejor amigo. Encontrará un mundo de espaldas a su creación. Luminosos carteles  de led tapando las montañas, altísimos rascacielos impidiendo ver las aguas bravas de los océanos, densas nubes de smog cubriendo la pureza avioletada de los ocasos.


Cuando el Señor se disponga a regresar ya no habrá variedad de colores en la paleta. Contemplará un rebaño que ha decidido dejar a su Pastor para ir detrás del Poder. Hombres corriendo tras el vil metal, y el aleteo los aviones de guerra entre las nubes.

Cuando el Señor se disponga a regresar el planeta estará al borde del colapso y una nueva invasión alimentará el fantasma de una hambruna generalizada. Los titulares matutinos advertirán la inminente presencia de un virus mortal para la humanidad y continentes enteros arderán en manos de Satanás.


Cuando el Señor se disponga a regresar encontrará cientos y miles de Biblias sepultadas en cajones de habitaciones de hotel. Mirará con estupor los absurdos y estúpidos canones de belleza en fotos de revistas de moda. Escuchará en los noticieros falsas profecías sobre el suicidio del catolicismo y la muerte de los feligreces.



Cuando el Señor se disponga a regresar paseará por los centros urbanos escuchando mentirosos profetas declamando a viva voz los caminos hacia una posible salvación. Blasfemia. Observará una multitud de jóvenes deificando deportistas o cantantes,  levantando la copa por sus logros y de rodillas ante su fama.


Cuando el señor se disponga a regresar seguramente sea tentado para posar completamente desnudo en una película de Hollywood o persuadido por un community manager para ganar popularidad mediante las redes. Las grandes marcas le ofrecerán mucho dinero por describir como es el paraíso en un vivo de Instagram.


Cuando el Señor se disponga a regresar  notará que las familias durante la Noche Buena solo celebran la llegada de Papa Noel. Escuchará en la  radio que el Papa no es ni más ni menos que un lider político y verá cómo los domingos la gente se levanta tarde dejando el caliz sin tomar.





Cuando el Señor se disponga a regresar para abrazar a sus hijos...tal vez se de cuenta que no quede ningún hijo del Señor para abrazar.





sábado, 11 de abril de 2020

Donde los senderos se bifurcan




Soy un niño que en este preciso instante se encuentra en una encrucijada: el camino se bifurca. Son dos senderos que se abren y ambos parecen atractivos.  No sé cual escoger.

Temeroso  y dubitativo camino por el que encuentro, a priori, un poco más interesante. Y ahí puedo verme, en mi mejor versión. Me quedo fascinado ante semejante divinidad. Mi "yo" futuro me toma de la mano y con una sonrisa apacible y amorosa me lleva camino adentro. Es esbelto, alto y viste muy bien. Hay un atisbo de dulzura en su andar. Sus zapatos acharolados brillan con el reflejo del sol  reverberando luz a mi alrededor. Sus manos son suaves, pulcras y perfectamente cuidadas: uñas impecables y un anillo de oro con piedras rojas de varios quilates. Sonríe y quedo aturdido ante tanta blancura y perfección. Me alza entre sus brazos y puedo sentir su respirar. Su abdomen duro y tonificado y el olor perfumado de su piel. Ahora me pregunta mi nombre. Me quedo quieto mirándolo intentando conectar con él para explicarle quién soy. Pero no hay caso.

Entramos a su casa. Parecería el hogar que siempre soñé: grande, amplio, lleno de luz y ventanales hacia un jardín atiborrado de verde y flores. Esta tan limpio y ordenado que me da miedo recorrerlo o ponerme a tocar cualquier objeto. Todo en equilibrio perfecto y armonía. Sin embargo, parece un lugar deshabitado y vacío, sino supiera que mi "yo" futuro lo habita, juraría que  estaría abandonado. Por momentos entra una corriente de frío y el silencio me aturde. Me invita a sentarme cuidadosamente en una mesada enorme de mármol. Mientras me cuenta que ese material tan claro como oneroso lo había traído de los Alpes Apuanos de Italia,  puedo descifrar lo que subyace detrás de los árboles.

Salimos corriendo de la mano hacia  ese encuentro maravilloso, como si fuésemos dos niños. Repentinamente somos contemporáneos. Es una especie de gazebo de madera color ocre emplazado a la vera de una rivera resplandeciente y cristalina. Hay cisnes coloridos yendo de un lado al otro dejando enmarcadas aureolas sobre la planicie del agua, jilgueros danzando en círculo  sobre algunos arbustos silvestres, y de fondo, como si fuera una postal perfecta, un fulguroso ocaso que agoniza sobre un horizonte interminable.

Sin duda es el lugar que siempre soñé. Mi "yo" futuro tiene un yate y me invita a recorrer las aguas de su arroyo calmo e introspectivo. Me ubico en la proa y abro los brazos de par en par logrando embriagarme de cautivante hermosura. Puedo ver los cardúmenes de bocachas escabulléndose aguas adentro a medida que la embarcación navega, como así también sentir el rocío que traen  estas ventiscas otoñales humedeciendo mi cara. Me siento muy seguro en este lugar tan perfecto.

Mi "yo" futuro no tiene arrugas ni marcas de expresión. Está aséptico, como si el paso del tiempo no hubiese hecho mella en su rostro, en su pelo, en su piel. Me inquieta saber que deparará su corazón, pero cuando intento abordarlo, se distrae con otro tema. Es un adulto atrapado en un cuerpo de adolescente, armonioso e insuperable. Tan dulce y considerado, como perdido y desacertado.

Me envuelve con una manta de lana bien mullida y me sirve una taza de Té Da Hong Pao, el más caro y sabroso del mundo, traído de China. Puedo ver un muro inmenso colmado de fotografías de ese hombre que tanto tiene de mí, pero que se rehusa a identificarme. En estudios de televisión, viajando por el mundo, en lugares lujosos y extravagantes. Todas sus aventuras, sus hazañas  recopiladas en aquella colección de fotos colgantes.  Imágenes con políticos, cantantes y gente del ambiente artístico. Mi "yo" futuro debe ser una persona realmente importante.

Nos fundimos en un saludo afectuoso de despedida y lo veo apartarse por la entrada del sendero en el que me encontró. Antes de irse deja un papel en el bolsillo derecho de mi pantalón. Su figura se empequeñece a medida que se aleja. Lo saludo con la mano en alto esperando volver a verlo alguna vez. Ojalá tenga tiempo. Sé que entre tantas ocupaciones y menesteres el tiempo escasea. Ese hombre tiene verdaderamente una agenda ajetreada.

Es momento de sumergirme por el otro camino. Y allí, entre tanta rama y hoja seca puedo volver a contactarme con mi "yo" futuro. Corro desesperado a fundirme en un abrazo cuando me doy cuenta que estoy frente a otra persona. Este "yo" futuro tiene cierta palidez en su semblante, cabello canoso, brazos flácidos y un andar  discontinuado. Su camisa esta usada y descocida.  Nos miramos fijamente, me toca la cara con su aspereza y sus ojos se llenan de agua. Logra reconocerme de inmediato. Algo en su diáfano mirar  me hace sentir como en casa.

Llegamos a una anodina cabaña en medio del bosque hecha en su totalidad de madera, con tablones humedecidos e invadidos por el musgo, yerbajos y hongos sobre las superficies. Hace calor y la humedad pegotea mi piel. Me invita una bebida sabrosa de hierbas y miel  que me refresca por dentro y logra sacarme esa sensación de malestar. Por dentro la choza es simple, solo una mesa con sillas y vajilla oxidada. Este "yo" futuro habla poco, aunque transmite con su mirada felicidad en demasía. Un rosario casero de hilo cuelga de su cuello, reposando la cruz sobre la protuberancia de sus clavículas afiladas que tanta impresión me da ver. No deja de acariciarme y de mirarme profundamente. Nos sentamos y noto que hay una silla de más. Tal vez este hombre calmo y apacible tenga hijos. Pero pasa el tiempo y nadie golpea la puerta.

Miramos desde la ventana la frondosidad  de un bosque salvaje y natural, sin incidencia del hombre. Los charcos de barro entre las raíces, los insectos levitando en el aire, los colchones de hojas cayendo sobre las piedras, los rayos dorados de un sol débil entremezclados con las copas de los árboles silvestres dibujando una paleta de colores amarronados a gran altura. Hay magia y paz alrededor. Este "yo" futuro hierve arroz y lo sirve en la mesa. Disfrutamos mutuamente de nuestra grata compañía, de nuestros silencios y nuestra complicidad. Tocó la pandereta hasta entrada la tarde y me hizo bailar. Reímos y saltamos tomados de las manos. Lo percibí mi mejor amigo y no quería abandonarlo

-Aquella silla está reservada para la muerte. Algún día va a entrar al igual que tú, y se sentará a dialogar conmigo cara a cara. Sé que tarde o temprano me sorprenderá- afirmó señalándola con su dedo. No sentí miedo, pudo transmitirme tranquilidad. En el reflejo de sus ojos me veía. En mi inocente mirar, él me encontraba. Éramos espejos. Me sentí tan feliz al saber que ese hombre conocía todo de mí.


Volvimos hacia aquel lugar en el cual los senderos se bifurcaban y entre llantos comprendí que no podíamos continuar juntos, al menos por ahora. Demasiadas despedidas para un solo día.  Su anatomía desdibujándose a lo lejos en una imagen reiterada. Y un nuevo mensaje esta vez, en mi bolsillo izquierdo.

Desconcertado decidí volver atrás. Me dí vuelta para desandar el camino inicialmente recorrido. No era momento de tomar decisiones aún. Con la cabeza gacha retomé la senda a casa. Allá Papá y Mamá me esperarían para preguntarme que tal mi día. Decidí guardarme esta aventura, no revelarla jamás, conservar en lo más hondo de mi corazón a ambos "amigos" futuros. Corro hacia mi puerta, los gritos de mis hermanos jugando, el aroma a salsa para los fideos, mis juguetes desde la ventana, como si jamás me hubiera ido, como si el tiempo no hubiera transcurrido.

Antes de entrar recuerdo algo fundamental. Meto mis manos en mis bolsillos: dos cartas, dos mensajes. Me siento sobre la hamaca, justo al lado de mi bicicleta, miro alrededor, nadie a la vista, y alcanzo a leerlos. Una palabra en cada papel: ego y ser.


Me quedo confundido. Quizás algún día logre entender.


domingo, 5 de abril de 2020

Amor excelso





Ellos creían en Dios,  tanto tanto que lo concebían todo como parte de un plan divino: el desayuno de la mañana, las tormentas climáticas, el bullicio entrante desde las fábricas del centro, la frecuencia de la radio saliendo enigmáticamente desde un parlante. Nada librado al azar, todo obra grandiosa del Señor.

Se habían conocido cuando jóvenes, en uno de esos veranos en los que el sol derretía el asfalto. Temporadas estivales de carnavales y pomos, sangre crujiente, estrellas colgantes y helados de fruta en palito. Salieron de la iglesia y una mirada bastó. Jamás pudieron desunirse. Amor excelso. Se juraron incondicionalidad eterna y compañía absoluta, y a decir verdad lo habían cumplido al pie de la letra.


Dicen que el paso del tiempo erosiona. Inesperadamente, cuando repantigados en nuestra comodidad creemos tenerlo todo, ahí mismo se produce el cimbronazo. Y esa unidad entre ambos quedó en jaque varios años después. Jaque mate.


Sin motivo alguno ella había desaparecido. En ese instante en que las campanas de la parroquia replicaban en el viento otoñal, solo quedaron las huellas errantes de sus zapatos perdidas en el sendero embarrado. Hacia el horizonte, hacia la nada misma, aunque lejos de esa vida de inequidad  e ingratitud de la que sendas partes habían sido cómplices. Hay decisiones que si uno no termina tomando a tiempo pueden causar severos daños a futuro.


"A veces dar de mas puede ser inadecuado" rezaba el papel colgado en la puerta. Lo tomó y al intentar interpretarlo las palabras se derretían entre las lineas de sus manos. Buscó algún otro mensaje, algún indicio que paliara tanta zozobra. Recorrió la casa entera, en cada recoveco,  debajo de la escalera, las cajoneras llenas de joyas, entre los jarrones de la antesala. Pero nada.


Sintió por primera vez lo abrumador que podía ser un hogar vacío y logró reconocer la voz amenazante del silencio. Se preguntó donde buscarla, hacia qué punto cardinal se dirigía la cadencia de su caminar. Si en el discurrir de ese andar por un momento, tan solo por un instante se lograra replantear la posibilidad de volver, si habría un ápice de querer reconsiderarlo. Sin embargo la noche traía más noche...




Noches sin luna agazapado al pie de la cama sin comprender el porqué. Si acaso era el único responsable de un vínculo vacuo que no había podido ver. Apretaba con fuerza la almohada hacia su pecho sin poder derramar una lágrima pero percatándose del temblor en sus piernas trémulas y del incesante ir y venir de su pulso cardíaco. Sabía que no resistiría ante semejante orfandad.




Alguien tocó la puerta sutilmente. Bajó con sigilo, pasó por el cuarto de baño y quedó parado frente al reloj colgante. Refregándose los ojos intentó comprender quién podría golpear  en semejante horario. Una ciudad abroquelada bajo un manto de estrellas, nadie vagabundeando alrededor de algún farol perdido, y un ominoso grillar desde lo profundo de su jardín. Abrió la manija invitando a que una corriente gélida le recorriera el cuerpo y lo despeinara. Pensó en ella. Pudo ver entre la brisa nocturna su silueta desfigurándose, su pelo entre las ramas danzantes y la blancura de su sonreír titiritando al son de las estrellas. Ahora su olfato se agudizaba y sus fosas se inundaban de fragancia femenina, como si fueran lazos perfumados que al abrazarlo comenzaran a arroparlo. Sintió las manos del viento acariciándolo, llegando a cada rincón de su anatomía. Una sensación de escalofrío le recorría la espalda rozándole los vellos de su cuerpo. Cerró los ojos y se embriagó de nitidez. Todo era tan palmario a su alrededor, como una irrupción de besos impactando sobre su boca dejándolo extasiado de tanto amor. Inmerso en esa experiencia sagrada se dejó llevar...


Así parado, de cara al vecindario quedó. Como estatua inerte atorada al piso sin sangre y sin vida  siguió disfrutando de ese momento. Desde afuera, la nada misma. Un hombre, su quietud externa y su pijama debajo del marco del portón de entrada.  Su sombra alargada sobre el pasto mojado y su profundo respirar de inhalaciones y exhalaciones musicales, en armonía con su celebración interna.

Allí quedó un rato largo, hasta que las campanadas de la iglesia volvieron a replicar.


 Después de todo, esto también debía ser parte de un plan divino...