lunes, 12 de octubre de 2009

Casi



Casi todos esperaban que naciera el día de la Virgen, porque según la tradición era buen augurio. El cálculo era casi exacto, tenía que ser el 8 de diciembre sí o sí. No podía fallar. La familia entera reunida en la sala de espera casi con los nervios y las expectativas a flor de piel. Los tíos fumando, las tías rezando. Las horas matutinas pasaban, y nada. La tarde se esfumó, y nada. Para la hora de la cena, casi todos los pasillos del sanatorio estaban plagados de imágenes de santos y angelitos, parte de un ritual típico de familia italiana. Rogaban que la nena naciera antes de las 12 de la noche. Casi se cumple el mandato. Pero caprichosa y obstinada ya desde el comienzo, decidió quedarse unas horas más en el vientre de su madre para nacer el día después.

Casi idéntica a su abuela paterna, quien había sido elegida como la joven más elegante de los años 50 por su cabellera rubia y sus ojos brillantes como esmeraldas preciosas. Lástima que la bebita llevaba claramente ojos oscuros y pelo negro. Diminuta pero con llanto potente, casi no dejaba descansar a nadie. Su mamá apenas podía conciliar el sueño. Ya estaba pasada de rosca, toda la jornada yendo de un lado para otro…que la mamadera, que el pañal, que los mosquitos alrededor de la beba, que los sonajeros. Esa mujer casi no tenía tiempo para ella.

Casi tres años después empezó a ir al jardín de infantes. Uno que quedaba casi llegando a la esquina de la Avenida. Costó bastante el periodo de adaptación. Cada vez que sus papas cruzaban la puerta de instituto para poder hacer su vida casi como la gente normal, Jimenita pataleaba y lloraba desconsoladamente sin dejarlos ir en libertad. Casi siempre hacía lo mismo, y su papá casi siempre llegaba tarde al trabajo.

Durante el primario fue casi la mejor alumna, sacaba sobresaliente casi en todas las materias, aunque le costaban los números como a nadie. Casi igual que a su padre, que todavía tenia previa la materia Estadística de quinto año del secundario. Por ende, casi todas las tardes la jovencita tenía clases particulares de matemáticas con una profesora especial.

En la adolescencia, casi siempre salía con su grupo de pertenencia. A pesar de la corta edad, casi todas estaban de novia, menos ella y su mejor amiga, Jazmín. Amaba la pintura con todo su corazón, se consideraba en su género, casi una verdadera expresionista. De grande querría llegar a ser casi tan talentosa como Georges Braque o Pablo Picasso. Casi todas las noches se dormía con su libro de Arte y Arquitectura Alemana apoyado en su pecho, y soñaba con aquellas maravillosas pinturas abstractas de mediados del siglo XX.

Llegaron los quince y casi toda la familia estuvo reunida en la celebración, faltaron algunos primos lejanos del Sur, y alguna que otra tía política, pero nada importante. Jimena estaba hecha casi toda una mujer. Vestido blanco y cola larga, como de recién casada. Bailaron toda la noche, casi hasta el amanecer. Ni bien llego a su casa abrió casi todos los regalos con una emoción indescriptible. Pero las ganas de dormir fueron tan fuertes que se quedó totalmente planchada entre tantas cajas, moños y paquetes de colores.

Al momento de elegir su carrera universitaria, casi se jugó por lo que sentía, el arte. Pero casi todo el mundo le decía que siendo pintora se iba a morir de hambre. Lo medito muchísimo. Puso casi todo en la balanza. Finalmente escogió convertirse en una abogada triste y lúgubre toda su vida. Pero con dinero casi asegurado.

Esa elección, de todos modos, no fue en vano. Y la llevó directamente a alguien muy especial. En la Facultad de Derecho conoció al chico que casi le rompió el corazón. Jimena se enamoró locamente del alumno más intelectual de la carrera. Casi como Clar Kent en Superman 2. Traje gris claro al cuerpo, bien estilizado, gomina al costado, anteojos de marco negro, y un porte al caminar que solo tenían los galanes hollywoodenses. Digno de ser visto. Y deseado.

Jamás se animó a hablarle. Ella lo contemplaba desde su pupitre sin cansarse mientras los Doctores explicitaban las leyes más importantes al frente de la clase. Se volvía loca con cada gesto de aquel hombre. Casi sin darse cuenta se dió cuenta que casi nunca había sentido algo así. Se dejó llevar…

Una tarde casi primaveral fueron a una fiesta de cumpleaños de un amigo de la universidad en un campo casi cerca de Mercedes. Jimena con un vestido floreado, más linda que nunca. Todas las miradas puestas en ella. Bueno, casi todas, por que la de su galán parecía apuntar hacia otro lado. Respiró profundo, juntó fuerzas, y marchó con rumbo directo por entre medio de la masa hacia su objetivo: el muchachito de los anteojos eternos. Casi se le declaró, pero al final no tuvo el valor suficiente para mirarlo a los ojos. Casi se desmayó de los nervios. Sus compañeros de clase tuvieron que asistirla.

Casi dos meses más tarde se graduaron. Le escribió una profunda declaración de amor plasmada en un papel con sobre rosado. Era su última oportunidad de tenerlo frente a frente. Se la tenía que dar en la mano, sin titubeo alguno. Estaba segura que eran casi el uno para el otro. Pensó que este tipo de certezas casi nunca se daban en la vida. Llovía torrencialmente y el auto no llegaba. Casi siempre, en noches de tormenta el servicio de radio taxis funcionaba con demoras.

Mas confiada que nunca llegó al lugar del encuentro casi dos horas tarde. Todos se abrazaban y festejaban con sus familiares y amigos la entrega de diplomas. Jimena buscaba casi por todos lados, y no aparecía su amor. Los minutos pasaban y la sospecha de que la carta jamás llegara a destino se potenciaba. En un último impulso mezclado con resignación se animó a preguntar dónde estaba. Con algunas copas de vino de mas, un compañero le aclaró que se había retirado casi un rato antes de que ella llegara porque al otro día viajaba a México a ver una interesante propuesta de trabajo. Y era casi seguro que se radicara en esos pagos.

Jimena tardó años en olvidarlo. Aunque finalmente se casó con un hombre que conoció en un viaje por el norte del país. Mucho mas grande que ella, de la alta aristocracia porteña, heredero de una fortuna inconmensurable y un poco excedido de peso. Casi todo lo contario a lo que soñó de pequeña. Excepto que este señor era un buen hombre que la cuidaba y acompañaba mucho, en cualquier lugar y casi en todo momento.

Casi nadie sabía que el esposo de Jimena era estéril. Por ende, nunca tuvieron hijos. Fue un lindo matrimonio, plagado de lujos, viajes y regalos. Cosas absolutamente insignificantes para la Dra. Balcarce. Cuando enviudó, quedó sola en una mansión magnánima con toda la riqueza en su haber. Casi siempre, los ambientes de su casa le parecían demasiado grandes y fríos. Así que busco una actividad que la ayudara a superar estados casi depresivos.

Nuevamente se había volcado a su pasión de jovencita: la pintura. Se pasaba casi todo el día coloreando para cumplir su gran sueño: una exposición donde ella fuera la reina y responsable de todo que se exhibía. Pensaba gastar casi toda su plata en ese importante evento. Por primera vez en la vida sentía que hacía lo que realmente le daba felicidad. Se pasaba la mayoría de sus horas frente a sus cuadros ultimando sus detalles finales. Casi siempre ponía música clásica bien alta y pintaba al son de las melodías. Se ocupó, el día lunes, de alquilar el salón más costoso del Malba, del servicio de Catering, y las invitaciones personales a la gente más “paqueta” de Buenos Aires. Casi llegando al fin de semana se encargaría de todos los gastos.

El miércoles a la noche tuvo una cena con amigos de amigos en Puerto Madero. Sabía que al día siguiente madrugaría, por lo tanto, emprendió su vuelta casi antes de que la luna se pusiera por encima del Puente de la Mujer. Cuando llegó a la casa casi se infarta. No podía creer lo que veían sus ojos. Alguien había entrado a robar y se había llevado casi todo. Corrió bruscamente hacia el escritorio sin pensar que recibiría casi la peor noticia de su vida. Se quedó casi paralizada frente a la caja fuerte abierta violentamente y totalmente vacía. Su fortuna desaparecía de repente y con ella, casi todos sus sueños.

Vendió casi todas sus amadas pinturas a un judío que tenia una casa de antigüedades en un local de San Telmo, casi a tres cuadras de la Plaza. Su cuadro predilecto se lo dejó a su amiga del secundario, Jazmín, quien la había acompañado como casi nadie en esta terrible desgracia. Se lamentaba, año tras año, pensando constantemente en la exposición que casi todos hubiera disfrutado. Estaban todas sus energías puestas ahí, pero no pudo ser, casi si… pero no.

Le diagnosticaron un cáncer terminal a los 78 años de edad. Con su rostro casi todo arrugado, su cuerpo encorvado cual endeble anciana, y sus pocas ganas de seguir adelante, Doña Jimena se puso a organizar su velorio con anticipación. Un buen servicio de café y masitas caseras no podía faltar. Pensó en un ataúd ecológico, color verde y elaborado con cartón reciclado resistente al agua, y equipado con sistema de ventilación. Casi todos traerían flores, así que decoraría casi todo el salón con canteros tipo orientales y sahumerios frutales para evitar casi todo el olor de su cuerpo en periodo de putrefacción.

La tarde antes de fallecer se quedo en compañía de Jazmín, que también estaba más cerca del arpa que le la guitarra. Casi toda la jornada platicaron sobre aquellos días de juventud y de esa infancia casi inolvidable que ambas habían disfrutado. Casi antes de cerrar los ojos y dirigirse hacia la eternidad, le tomó la mano a su querida amiga, le hizo una sonrisa casi de complicidad y se dejó partir en total silencio…

Jazmín se quedó contemplando la imagen de ese cuerpo débil y casi quebradizo que tanta quimioterapia había soportado. Se agarró fuerte y como pudo de la baranda de metal, y besó la frente de aquel cadáver. Pensó que el destino de una persona podía estar lleno de “casi”, y casi sin meditarlo mucho y con sus ojitos llenos de lágrimas, se marchó de aquel hospital rogándole a Dios que el paraíso fuera casi tan lindo como casi todos lo imaginamos.

jueves, 8 de octubre de 2009

Silencio de Mujer



Ella guardaba un secreto. Uno de esos secretos que jamás deben ser revelados…


Durante años conviviendo con el silencio de no poder expresarlo de la boca para afuera, pero contrariamente, con la fogosidad interna de atesorarlo como algo íntimo dentro de lo más profundo de su ser. Un secreto puede ser en la vida de una mujer mucho más que una máscara o un disfraz. Es la sensación de percibir identidad, intimidad, privacidad. Un secreto puede ser un compañero fiel. Una ilusión ardiente que escondida dentro de las entrañas, termina motorizando las ganas de seguir adelante. Atesorado en un rincón inviolable, nadie accede a él. Solo la persona que lo contiene, que lo escucha llorar cuando provoca tristeza, o que lo escucha gritar, cuando a través de la rebeldía quiere salir a la luz. Pero hay cosas que son mejores cuando no se dicen. Cuando quedan enterradas en lo profundo de un alma que clama entre las tinieblas por una justicia que no suele llegar. Cuando quedan enterradas bajo tierra, lejos del sol, lejos del mundo.

Los años pasaban y entre el silencio de cada noche ella establecía contacto nuevamente con su secreto. Cerraba los ojos y contemplaba el rostro cálido de aquel amor prohibido que ya no estaba. Sus vellos faciales, las marcas de expresión, su aliento espeso. Se estremecía por completo. Su cuerpo latía con intensidad haciéndole recordar cuan viva estaba. Podía sentir el choque de ambos labios, dulces como miel caliente. Una sensación extraña fomentaba calor entre sus piernas y escalofrío en su vientre. Pezones erectos y subyugada al deseo de querer ser penetrada. De cuerpo y alma.

Era su momento, nadie debía percatarse de ello. Un encuentro con ella misma. Un cuerpo ardiente y sudado entre los pliegues las sabanas, entre la sombras de la oscuridad, entre la quietud de la noche enmudecida. Solo unas pocas mujeres podrían considerarse afortunadas por haber vivido un amor así. Desinteresado, apasionado, limpio, transparente. Uno de esos amoríos que, al guardarse bajo llave en un cofre sagrado, quedan plasmados en el terreno de la eternidad y la inmortalidad.

Se quedaba dormida naufragando en un océano de lágrimas, algunas de felicidad, otras de tristeza. Con su secreto a cuestas. En esa cama doble, su cuerpo reposando junto al de un extraño al que llamaban “esposo” y con el cual había concebido lo más maravilloso de su existir…sus hijos.