domingo, 30 de agosto de 2009

Elisa y su osito


Elisa se pasaba el día entero con su osito. La noche también. No se podía dormir sin la sensación de calor y seguridad que le ofrecía su peluche cada vez que lo apretaba fuerte sobre su delicado pecho y se acurrucaba entre las sabanas coloridas de su cama cayendo rendida a ese sueño que a veces tanto le costaba concebir.

A los 6 años un oso es todo en la vida de una nena. Es la compañía que jamás se ausenta, una amistad incondicional, un compañero de aventuras, un cómplice. Elisa lo peinaba a su gusto con el cepillo de cerdas blandas que solía usar su mamá para lavarle los pies cada vez que la bañaba sin que le hiciera cosquillas. También le cambiaba la ropa, cuestión que a veces le generaba pavor hasta tener que taparse los ojitos, sobre todo cuando el oso quedaba totalmente al descubierto mostrando por completo su anatomía. De todos modos ella entendía que el vínculo que los unía era de extrema confianza, así que rápidamente la situación embarazosa de la desnudez quedaba en el olvido.

Había pensado varios nombres, pero ninguno le convencía. Limitar lo que su amigo simbolizaba para ella en un solo nombre le parecía una aberración a la identidad. Así que pensó en llamarlo todos los días con un apodo diferente. Muchos nombres todos distintos sería más divertido y quebraría con la absurda rutina que todos los nenes de su edad tienen con sus mascotas de peluche. Algo grande, inmenso, extraordinario no podía llamarse de un solo modo. Hoy eligió llamarlo Renato.

Cuando llegaba la hora de la comida a Elisa se le partía el corazón. Ya habían tenido una mala experiencia el día de acción de gracias cuando a la Tía Susana, tras un movimiento poco feliz, se le había volcado el plato de sopa hirviendo sobre el brazo derecho del osito para terminar empapándolo por completo con ese caldo que segundos antes yacía ardiendo sobre las vajillas de porcelana españolas que mamá solo ponía en ocasiones especiales. A partir de ese episodio se decidió que osito no podía sentarse a comer nunca más con la familia.

Durante la tarde miraban juntos los dibujitos en televisión, y cuando el atardecer caía pintaban juntos con crayones bellos paisajes, árboles y casitas al sol. Elisa sugirió que mañana Renato podía llamarse Antonio. Al igual que el personaje de su serie favorita en el canal infantil.

Muchas veces, mientras charlaban, Eli se animaba a confesarle que de grande le gustaría ser actriz, como esas que aparecen en las películas, y tienen brillo propio, o se imponen en las tapas de las revistas con pose de verdaderas divas abrazando a sus perritos, y con colgantes exuberantemente dorados rodeando sus cuellos. De vez en cuando Eli se paraba frente al espejo, y agarrando a Renato, Antonio, o como se llame, con su brazo derecho, simulaba ser la mujer más famosa de Hollywood, con su osito glamoroso y los collares que su mamá dejaba en su escritorio.

Siempre con su peluche, a todos lados, en todo momento. Era su amigo más fiel, aquel que estaba con ella en las buenas y en las malas, siempre firme, al pie del cañón. Jamás se separarían. Ella y él juntos. La vida tierna, sensible y delicada que jamás abandonaría.





Una mañana cuando Elisa despertó su osito había desaparecido. Buscó debajo de la cama. Levantó el colchón. Entre sus juguetes dentro de las cajas. En el placard. Arriba de la tele, entre sus libros con sonido. Eli examinaba rincón por rincón y el peluche no aparecía. Se desesperó. Busco a mamá pero ella no estaba. Grito fuertemente el nombre de papá, pero jamás hubo respuesta. No dejo de moverse de un lado a otro pensando donde podría estar su inseparable aliado. Ahora comenzaba revolver entre la ropa del placard, las medias, las camperas. Y nada.

Corrió hacia la ventana en un último esfuerzo frente a un sentimiento de impotencia que desconocía pero que no quería volver a sentir. Y se quedo inmóvil. Quieta tras los cristales empañados con sus ojitos almendra a punto de la tormenta más cruda y cruel que jamás hubiera imaginado. La cuidad ya no era colorida. Los árboles sin hojas ni flores, los edificios grises, la gente triste cubriéndose del frío polar y el cielo nublado.


Este es un pueblo tan frío. Elisa comprendió que había crecido.

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