domingo, 30 de agosto de 2009

¿Estoico?




Una historia que acababa… otra nueva que obligadamente debía comenzar. No sabía si estaba listo para empezar de nuevo. Pensó en todo el esfuerzo que había requerido construir lo que por estos días se había terminado de desmoronar. Tanto sacrificio, tanto sentimiento, tanta pasión entregada… para terminar solo, sentado al pie de esa colina, mirando como el inmenso cielo aterciopelado, que muchas veces había sido cómplice de gratos momentos, poco a poco se iba oscureciendo, dejándole como indicio que seguramente vendrían noches oscuras y sin estrellas para pedir deseos.

Allí estaba entonces Ulises, indefenso e insignificante frente a tanta magnanimidad sobre su cabeza. Esperando que tal vez alguna estrella se asome entre tanta penumbra, dándole señal de que no todo estaba perdido, que podría creer que en algún momento la felicidad y él llegarían a entenderse un poco mejor.

Sus percepciones estaban a flor de piel, por primera vez tenia la capacidad de escuchar el ruido armónico del canto de los grillos, como también sentir el aroma del rocío recién caído sobre los prados. Decidió alejarse de todo para poder pensar en silencio sobre lo que le estaba tocando vivir. Para asumir que en su nueva realidad solo se tenia a el mismo. Tomó el camino de tierra hacia el comienzo del arrollo y caminó entre los árboles pelados sin rumbo fijo pateando las hojas amarronadas y secas que plagaban el suelo. Buscó flores entre el verde, pero solo encontraba más verde. Se sentía con vehemencia el aire con sabor a otoño y los primeros fríos pegando sutilmente sobre su rostro.

De vez en cuando se cruzaba en sus retinas la imagen se ese amor que tanta angustia le generaba. Trataba de ignorar esa foto en su mente pero le era casi imposible. Sus ojos se llenaban de lágrimas y el pulso de su corazón se aceleraba. Nadie podía consolarlo ahora, no había una mano que lo tomara y lo contuviera. Solo el vacío y un paisaje desolador a su alrededor.

Llegó hasta una casilla de cemento abandonada entre medio de algunos matorrales. Parecía estar deshabitada. Se aproximó hacia la ventana, limpió los vidrios empañados con la manga de su buzo y tuvo una visión perfecta. Movió la cabeza de un lado a otro hasta que centró su visual en un punto fijo. Allí estaba él…

De color negro lustroso y acompañado de una luz tenue que llegaba desde afuera, erguido y majestuoso, era sin duda una presencia que irradiaba fuerte personalidad. Ulises pensó en entrar, poderlo tocarlo y descargar de una vez tanta lívido almacenada en su cuerpo. Echó una mirada hacia ambos lados. Solo hojas secas, ramas duras, un cielo acuoso y cargado que comenzaba a relampaguear y la puerta de entrada de aquella casucha que lo invitaba a ingresar. Por fin había encontrado el refugio indicado.

Se acercó al solitario piano entonces, y con una petaca de whisky en su bolsillo cómplice de su pesar, comenzó a palpar los acordes de aquella canción que había bautizado como “nuestra”. Jamás le había prestado tanta atención como le estaba haciendo ahora. Cada nota, cada sonido… esa melodía que hablaba tanto de ellos, de lo que significaba para su historia, y de cómo su belleza singular había generado semejante movilización de sentimientos dentro de él.

Se desató la tormenta. Con cada gota de lluvia en el ocaso de la noche húmeda, un recuerdo nuevo entre sus ojos revitalizaba cada momento vivido. Mientras sus manos incansables descargaban en las teclas del piano todo eso que su corazón les iba dictando, sin pausa alguna sin vacilación ni titubeo, el sonido de la balada envolvía de estremecimiento cada recoveco de la habitación. Cautivo de esa canción y de su imagen no se cansaba de escucharla. Una y otra vez junto a la tormenta que se desanudaba furiosa y rebelde en un cielo saturado de agua, al igual que sus ojos apunto de estallar en lágrimas.

Aquella cena en la que le preguntó si lo amaba había sido el detonante. La mirada de su nena ya no era la misma, el retraso de la respuesta le había hecho entender donde estaba parado. El silencio cortaba como cuchillo y el tiempo se detenía en un hoyo sin fin donde el fuego parecía no quemar, pero la angustia si. Tal vez la intención no era lastimarlo, pero ¿cómo salir ileso cuando había tanto involucramiento de por medio? Ulises no era nadie para juzgarla, en lo que decía o hacia…el tiempo daría las respuestas pertinentes, cuando entre medio de las pesadillas ambos abrieran sus ojos para preferir seguir durmiendo a tener que soportar la cruel y desalmada realidad de vivir el uno sin el otro.

Varias veces había tenido que decir adiós, pero esta era sin duda la peor de todas. Se sentía tan vulnerable que frente a cualquier circunstancia tendía a quebrarse y caer rendido a sus reminiscencias. Cada acorde explicitado por el piano, era como una nueva plegaria mandada a los Ángeles rogando una nueva chance.

Mientras las horas pasaban Ulises seguía preso de su historia y poniéndose cada vez mas loco. La petaca estaba vacía y el whisky corriendo por sus venas ardidas de pena y puro dolor. Caído abruptamente en el suelo, por fin tomo la decisión que había premeditado durante toda la jornada. Tanteó como pudo con sus manos el bolsillo superior de su chaleco, y en una actitud estoica sacó el cortaplumas a la luz de la luna mientras su pulso le temblaba. Lo contempló fijamente durante unos minutos. Silencio total. Pensó lo absurdo que sería el pasar de las horas sin su nena. El filo brilloso, perfecto y preciso del cuchillo era el camino estrecho hacia la paz que tanto necesitaba. Ya no había otra opción. Era eso…o eso.

Volvió a avistar donde estaba. Se sintió como la nada. Tirado en medio de un lugar perdido del planeta, sin nade alrededor. Meditó que con o sin el, el mundo seguiría su tránsito de todos modos. Cerró los ojos pensando en esa sonrisa que tantas veces había besado y que jamás volvería a ver, y con un último respiro profundo y aletargado…casi sin pensarlo dos veces…estrujó el incisivo y letal cortante de metal en su pecho, y se dejo ir…

Repentinamente y como por arte de magia la lluvia cesó. Los primeros rayos violetas del amanecer se reflejaban tras la quietud de los árboles y sierras de aquel acampado. El canto de los pájaros anunciando la presencia de un perfecto arco iris fundiéndose en el horizonte, los picaflores alrededor del arrollo volando alegremente de margarita en margarita, el perfume tan peculiar y fresco a hierbas húmedas bañadas en rocío impregnando todo el boque, los saltamontes yendo entre los barrizales en una danza sin igual…y el cuerpo de Ulises envuelto en un charco de sangre, con la petaca vacía, el piano sin sonido y el cortaplumas incrustado en su corazón…

1 comentario:

  1. Muy fuerte, Tommy, muy denso! Pero cargado de un lenguaje descriptivo muy atrapante! Felicitaciones!!!

    Perico.-

    ResponderEliminar