domingo, 30 de agosto de 2009

5 de diciembre




Rojo como el fuego, fuego como pasión, fue el día en que te conocí. La cuidad empapada por la reciente lluvia, la humedad pegajosa y molesta embarrando el asfalto. Las paredes grises que estáticamente continúan observando el agudo movimiento de la multitud que va y viene danzando entre los charcos y el incansable ruido de las bocinas, al ritmo de una cuidad que jamás se toma un descanso.
Paraguas, pilotos, botas, y un clima caluroso y muy pastoso, el combo ideal para la visual de cualquier persona luego de una típica tormenta de verano sobre buenos aires. Al menos así lo recuerdo en la retina de mis ojos. Y por encima de aquel escenario de locura, tránsito y desorden, el cielo maravillosamente anaranjado con tonos violetas, y algunos débiles rayos de un sol rebelde que se había dejado vencer por una lluvia aquel 5 de diciembre de 2000.
Y yo, con mis 21 recién cumplidos me creía amo y señor de todo aquello que detenidamente observaban mis ojos. Recuerdo que me quede parado en la esquina de Combate de los pozos y Rivadavia, cual estatua, mirando la inmensidad de aquel reino celestial que se presentaba frente a mí como si fuera un pesebre viviente de aquellas mágicas pinturas impresionistas que siempre adoré contemplar. Por un momento pensé que un arco iris hubiera sido el detalle ideal para pedir mi deseo más preciado. Mi nona siempre decía que si a un cielo multicolorido se le sumaba el encanto de un arco iris, una fiesta de ángeles en el paraíso se estaba llevando a cabo. Entonces había que cerrar los ojos y visualizar intensamente un deseo, el más importante de todos, apretar fuerte las manos como puños, concentrarse y pedirlo fuerte, fuerte, fuerte. Jamás apareció el arco iris, de todos modos hice el ejercicio. Total, no había nada que perder.
Me quede un buen rato allí. Escuchaba en mi walkman un tema de Roxette. Para variar. Pero era importante al menos para mí, que la inspiración para mis anhelos llegasen a partir de mis melodías favoritas. A veces pienso que me es imposible concebir la existencia sin música. Quizás en alguna otra vida fui compositor, cantante, o tal vez guitarrista. No lo se. Pero algo oculto y misterioso debe haber ahí. Baterista seguro que no.
Comienza a caer noche y sigo esperando que aparezcas. No suelo encontrarme con gente que no conozco. Al menos nunca lo había hecho, pero ya ser mayor de edad me da cierta autoridad para generar ese tipo de encuentros no tan convencionales, por decirlo de alguna manera. A decir verdad a esa altura lo consensuado ya me esta cansando. “Hay que hacer esto o aquello por que así debe ser, esto está bien, y esto esta muuuuy mal…” ¡Basta! ¿Qué saben ellos sobre lo que pasa acá adentro? ¿Acaso alguien tiene la bola mágica para adivinar como se siente? ¿Alguien se pone en mi lugar? Nadie. Nadie. Nadie. Sin embargo a la hora de juzgar y señalar con el “dedito” todos emiten su voto intrépidamente y sin ningún tipo de tabú. Si tuviera que contarles como me molesta ese tipo de gente mi relato sería eterno.

Miro el reloj, los minutos siguen pasando. Me miro en el reflejo del vidrio de la puerta de entrada del edificio en el cual aguardo. Mi pelo está bien, un poco achatado, pero al menos la forma se mantiene correcta a pesar de la humedad y el viento. Las zapatillas nuevas blancas con cordones naranjas están intactas. Me había prometido no arruinarlas por nada del mundo. Vacilé bastante al principio en si me las ponía o no. Pero finalmente las ganas de querer usarlas de una vez fueron más fuertes. Y, a decir verdad, me quedaban muy paquetas.
Ya era la hora. La calle plagada más que nunca conformando una caravana eterna de vehículos sedientos por querer llegar a destino y el ruido atosigante de los motores que no dejan de sonar al ritmo de una orquesta desagradable y disfuncional. Te hiciste esperar. Mucho. Veintiún años tarde en encontrarte. No fueron en vano. No me arrepiento de nada. Creo que ya estoy preparado para conocerte. Para mirarte a los ojos, abstraerme por completo de esta escenografía y entender de una vez quien soy.

Y entonces te vi. Las estrellas del cielo se encorvaron para recibirte al compás de tu caminar. Los pájaros inquietos volaron alrededor tuyo dejando la copa de los árboles como si fueras el maíz perfecto. Las luces de los negocios, los edificios y los carteles se disiparon y dejaron que brilles perfecta y divinamente con tu luz propia. Y allí estabas como la composición musical más perfecta, el retrato inimaginable y el relato más cautivador.
Por fin te vi. Y entendí. Y percibí. Y advertí .Y vislumbre. Comprendí que todo estaba digitado. Lo bueno. Lo malo. Que debía esperar hasta este día para encontrarte. Que tenía que llover. Que tenía que vivir todo lo que había vivido. Todo eso para llegar hasta vos. Que debías hallarme en mi momento exacto de maduración. Inclusive con mi cabello achatado por la humedad y mis zapatillas blancas con cordones anaranjados.
Así, repentinamente ese 5 de diciembre de 2000 a las 21horas caí rendido a vos. Repentinamente mi vida cambio. Desde esa sórdida nada que invadía rutinariamente mi vida, vos apareciste. Rojo como el fuego, fuego como pasión, fue el día en que te conocí.

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