domingo, 30 de agosto de 2009

Alguien tiene que ceder




Nos miramos. No hacía falta decir nada más. Cada palabra lastimaba como un cuchillo. Basta de heridas. Basta de herirnos. ¿Cómo puede ser que entre dos personas que se amen tanto pueda existir una distancia tan abismal? ¿Cómo fue que no nos dimos cuenta antes?

Posiblemente la ilusión de sentirnos amados. Tal vez las ganas de saber que otro velaba por nuestros sueños. Quizás la sensación de considerarnos acompañados. Sea lo que fuere, no pudimos ver que la brecha que nos separaba cada vez se iba acrecentando más y más.

Le seco las lágrimas con un pañuelo de seda italiana. Mientras le sostengo la mano, fría como nevisca matutina. Siempre ame su mirada, el modo de observarme. Cada encuentro con sus ojos, en cualquier momento y lugar, era una sensación nueva. Intensos, oscuros, profundos, una mirada que penetraba en mí, recorriendo todo mi cuerpo y logrando estremecerlo. Hoy, ya no era la misma. La llama de sus pupilas, que siempre me encandiló, repentinamente se había pagado.

Estoy desgarrado por dentro. No comprendo sus razones. No las entiendo. Jamás supuse que pensaría de ese modo. Somos como dos extraños ahora. Ya no queda tiempo. Alguien tiene que ceder. Alguno de los dos. Traté muchísimas veces de amoldarme lo más que pude a su manera de ser. Pero yo no puedo cambiar mi modo de ver el mundo, sería como romper mi esencia, mis ideales, ir en contra de mi persona.

Nos abrazamos, comprendo en ese instante que todo lo que siempre había deseado, anhelado, mi sueño concretado, lo tenía entre mis brazos. Aprieto fuerte y respiro profundo. El aire sabe a desasosiego y amargura. El tiempo se detiene. Ambos nos fundimos en ese abrazo, el último. La despedida.

Me paro y miro alrededor. Hay un mundo esperando por mí. Los sollozos de mi viejo amor que se aleja por la calle de adoquines. El viejo almacén de productos dietéticos. Un auto descapotable estacionado justo en la puerta de la mercería. Una joven sentada en la vereda contemplando el horizonte mientras recita un poema. Los chicos de la cuadra corriendo tras la pelota de trapo…y yo.

Imprevistamente pensé que otro amor debería llegar muy pronto a mi vida, me di vuelta, prendí un cigarrillo, y seguí mi marcha sin mirar atrás…

No hay comentarios:

Publicar un comentario