domingo, 13 de septiembre de 2009

San Agustín





Cuenta una historia conocida ya por muchos de nosotros que San Agustín, quien dedicaba gran parte de su tiempo a reflexionar sobre los enigmas de la vida, se paseaba una tarde anaranjada de verano por las costas del río Jordan cuando se topó con un niñito inquieto y movedizo. El teólogo quería encontrar una respuesta que lo ayudara a interpretar el misterio de la Santísima Trinidad. Pensaba, entonces, sin cesar mientras caminaba por la cálida y tibia arena de la playa.

Repentinamente detuvo su atención en aquel pequeño que había cavado un hoyo en la arena y andaba de un lado hacia otro. El chiquitín corría hacia la orilla, llenaba una concha que tenia en sus manos con las aguas del río y depositaba esa agua en el agujero que había hecho. Al notar ese accionar, el Santo se acercó y le preguntó al niño por que lo hacía, a lo que el nene contestó que intentaba vaciar toda el agua del Jordan en el hoyo en la arena. Al escucharlo, San Agustín le explicó que eso era absolutamente imposible. Por un momento y como ángel caído del cielo, la criatura tomó la mano del Santo y le respondió que si aquello era imposible, más imposible sería tratar de descifrar el misterio de la Santísima Trinidad.

Agustín agachó su cabeza y se quedó un instante contemplando fijamente sus propios pies. Al mirar nuevamente hacia el horizonte, el niño había desaparecido, y el agujero en la arena también.

Pablo se levantó temprano aquella mañana primaveral de setiembre. No se había podido relajar del todo. Pensaba acerca de lo sabio que podía llegar a ser el destino. Te quita por un lado, te da por el otro…

Luego de algunos meses de oscuridad necesitaba creer que pronto llegaría una etapa de luz y un cambio radical en su vida. Se miró en el espejo y trató de entender de donde podía salir semejante torbellino de amor hacia un ser que aún no conocía físicamente, pero que podía distinguir en su espíritu casi en forma perfecta. Lo había esperado durante meses, y por fin, ese momento estaba llegando.

Cuando pudo tenerlo entre sus brazos, la inmensidad pareció tomar la forma de un diminuto cuerpecito de bebe. El mundo de afuera se abstrajo, nada mas importaba que contemplar la quietud y paz que ese ser vulnerable e indefenso emanaba. No pudo quitarle sus ojos de encima, sentía que su corazón le estallaba de alegría.

No dejaba de preguntarse cómo podía suceder que dentro de una persona conviviesen sentimientos tan encontrados y opuestos a la vez. Hace un mes, el llanto y la soledad. Ahora, la placidez extrema de sentirse tan completo interiormente. Atinó a entender cual era el plan que Dios tendía para su vida, pero no pudo encontrar respuesta.

Mientras mecía a Agustín entre sus brazos, intentaba deducir qué somos, cuál es el motivo por el que sentimos como sentimos, y la razón por la que estamos donde estamos, quien diseña cada etapa de nuestra vida, por qué cada vez que una puerta se cierra, misteriosamente otra se abre…

Tampoco halló respuestas. Será tal vez, que intentar entender tantas incógnitas podría llegar a ser tan imposible como introducir el agua de un río entero en un pequeño hoyo de arena.

Miró a su alrededor…la habitación de sanatorio…los globos en la puerta...la familia abrazándose por la buena nueva…la sensación de felicidad flotando en el aire…y el gran protagonista, Agustín, acurrucadito cómodamente entre los brazos de su tío y sin ninguna intención de moverse…

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