domingo, 6 de septiembre de 2009

Mujer amante





Todos tenemos dos caras.

Por las noches, justo cuando la luna sorprendía erguida en lo alto del cielo como observando todo lo que sucede aquí abajo, solía vagabundear entre el tráfico urbano. Nadie la reconocía. Cuando el reloj marcaba las cero horas, ella dejaba de ser la madre dedicada y sonriente que todos conocían. Caminaba lejos de su casa, apartándose del padecimiento que le remordía las entrañas al saberse en tanta soledad. Buscaba gente tan solitaria como ella, y comenzaba su labor.

Fumaba y continuaba su paso entre las oscuridad del empedrado hasta su esquina favorita. Aquella en la cual ella era dueña y señora de todo lo que acontecía. Perfecta anatomía. Medias apretadas, negro ajustado al cuerpo, piernas a prueba de frío, excesivo rimmel, buen maquillaje que disimulara el cansancio que denotaba su rostro y actitud…sobre todo actitud.

Buscaba alguien que, preso de su deseo, la llevara al hotel más cercano. Prestaba atención a aquellas miradas tramposas que se esfumaban tras los cristales de los autos que rondaban a su alrededor incesantemente. Y ella, cual objeto atractivo, sugestivo, y jugoso, emanaba seducción en cada movimiento por más insignificante que fuera. Era fuego puro carbonizando entre la lúgubre oscuridad de ese punto de la ciudad.

Las oportunidades le llovían aquella noche. Subía y bajaba de los vehículos como verdadera empresaria de la noche, conociendo perfectamente de que se trataba ese negocio. La carne quemaba en cada encuentro íntimo. La deseaban, la disfrutaban, la olían suavemente, se ponían todos los instintos en juego. Lamían sus partes más húmedas y ella entregaba desprejuiciadamente el néctar dentro de su cuerpo. Era una profesional de los códigos nocturnos. Su mente concentrada, su cuerpo ardiendo, y su corazón en blanco.

Antes del amanecer emprendía el regreso a su hogar. La luz era ingrata en estos casos. Dentro de su habitación se refugiaba en su escondite. Le brotaba una angustia repentina. Se bañaba llorando, el baño era purificación, tratando de que el jabón y el agua pudieran borrarle esas marcas nefastas sobre su piel. Pero los recuerdos repulsivos de cada noche, ¿Como se los borraría?

Se acostaba entre las sabanas congeladas, envuelta en perfume pero sin poder dejar de sentir el aliento hirviente de aquellos desconocidos a quienes había besado apasionadamente. No sentía al cuerpo como algo propio y trataba de relajar su cabeza. Cada madrugada el mismo ritual. Tomaba las fotos de sus hijos, las apretujaba fuerte sobre su pecho pensando en sus sonrisas y, recién ahí, lograba dormirse en total paz y quietud.

Solo por un rato. En cuestión de minutos el despertador anunciaría la llegada de un nuevo día…

Despertar a los chicos, el desayuno, llevarlos al colegio, los quehaceres de la casa, y salir sonriendo al supermercado a hacer las compras del día, como si nada hubiera sucedido.

1 comentario:

  1. Es el primero que acabo de leer. Muy impactante, Tommy! Tenés una gran sensibilidad ante esta realidad tan cruda, como la de esta mujer. Te felicito! Muy buena la descripción, y excelente uso del lenguaje! Si la tuviste a Silvina Zapatero deberías acercarle estos cuentos, si querés lo hago yo, que la veo, por supuesto, con tu autorización. Abrazo grande!

    Perico

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