lunes, 14 de septiembre de 2009





Con su mirada apuntando fijamente hacia mi rostro, me preguntó si estaba enamorado. Me tomé mi tiempo para contestar. Cerré mis ojos en completo silencio y me deje llevar…

Podía oler ahora, que desde la cocina llegaba el suave aroma del café recién preparado, con mucha espuma, cacao y una pizca de licor de naranja, como a mi me gustaba tomarlo. La ventana de cristales empañados permitía descubrir cómo tímidamente la pradera se cubría de un manto blanco y frió. Los copos de nieve danzado por entre la copa de los sauces y un cielo rosado que acariciaba los primeros rayos de un endeble sol de invierno.

Me masajeó el cuello pasándome un aceite de almendras mientras el tiempo se esfumaba entre las agujas del reloj. Cubrió mi torso desnudo con una manta de lana de tejido grueso y abrigado con pompones en piel de zorro. Reavivó el fuego del hogar con leño del bosque, y puso una mansa música celta que terminaba de endulzar aquel momento.

Hacía mucho que no me sentía tan cuidado por alguien. Todo era perfecto. El toque apacible de sus manos sanadoras recorriendo cada rincón de mi piel me transportaba a un estadío de armonía extremo y completo. Me relajaba acostado en el acolchado de plumas. Solo se escuchaba el crujir de las maderas que carbonizaban entre las llamas ardientes aclimatando la habitación de aquella cabaña rústica y acogedora. Hubiera deseado que este amanecer continúe durante toda mi vida.

Mi mente se plagaba de pensamientos bonitos, mi corazón latía con intensidad y mis ojos observaban cómo semejante belleza me rodeaba en ese lecho de pétalos. Ahora las caricias llegaban hasta los dedos de mis pies, que se fundían afinadamente con los dedos de sus manos. Placer extremo que me movilizaba hasta las lágrimas. Se me ponía la piel de gallina. Todo parecía un sueño perfecto del cual no quería despertar. Seguía en silencio, con mis ojos cerrados, pero con mis percepciones atentas a cada accionar, entregado a sus brazos que me envolvían el cuerpo y el alma.

Con su mirada apuntando fijamente hacia mi rostro, me preguntó nuevamente si estaba enamorado. Me tomé mi tiempo para contestar, pero finalmente hubo una respuesta.

Fue…no.

Entendí, entonces, que muchas veces las cosas no pueden elegirse, por más que uno quiera. Volví a aflojarme, respiré profundo el aroma a café casero y continué disfrutando…

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