La nieve espesa sobre el herbaje. Los árboles cubiertos de
blanco. Todos durmiendo en aquel recinto, menos el pequeño Jesús, quién
acurrucado entre las mantas de lana coloridas, contemplaba el color cambiante
del fuego quemando con ira los troncos de la chimenea. El viento furioso golpeaba
con la solidez de un torbellino rebelde en pleno invierno. Hacía crujir en
forma recurrente las maderas de aquel precario rancho campestre perdido en las
laderas del Valle del Sur. Entre madera y madera, algunos orificios autorizaban
el paso de algún que otro airecillo indócil al interior de la vivienda. Y los
huecos del techo de hojalata permitían divisar como un cielo impetuoso abrigaba
aquel paisaje lleno de blancura, lleno de paz.
El pequeño, abrazado a su conejo, inhalaba el calor llameante
y disfrutaba del pacifico silencio que aquella velada le regalaba. Cerca del
fuego, sus ropajes reposando sobre una soga, bailando al son del calor, una olla hirviendo un par de huevos duros y un
pedazo de pan dorándose cerca de las llamas. Su cena estaría lista en breve.
Hoy había tenido demasiado trabajo. Desde peinar a los burros, secar y proteger
del frío la alfalfa de los caballos, hasta remover la nieve del sendero. A
pesar de estar dentro del cuerpo de un niñito, Jesús hacía las tareas
complicadas y forzosas que cualquier hombre debía hacer. Desde que su padre había
enfermado con gravedad, su legado era mantener el orden del campo y los
animales, así como también ayudar a sus hermanitos con las tareas del hogar.
Se quedó embelesado con una estrella, la más brillante del
cielo. Erguida en el centro del cosmos, ese lucero era especial. Nunca antes
había visto uno tan grande y resplandeciente. Inmediatamente pensó que tal vez
algo importante estaba a punto de ocurrir en el mundo. Antes de morir, su mamá
le contaba cuentos sobre ángeles y hadas que vivían en el firmamento, que
velaban por nosotros y que brillaban cada vez que estaban felices. Recordó su
sonrisa sanadora y el aroma de su piel, y sus ojitos comenzaron a mojarse. Paradito
descalzo frente a la ventana, pidió su deseo.
Con la sana ambición que solo los corazones puros pueden
tener, le rogó al cielo que su padre pudiera recuperarse, y así poder volver a
compartir tantas cosas con él. Correr entre las flores del prado durante la
primavera. Esperar el arco iris después de cada tormenta. Salir por el bosque a
recolectar moras. Recoger las hierbas frescas de la huerta Y volver a sentir su abrazo protector.
En su interior pudo sentir el extraño repiqueteo de unas
campanadas. Sonaban incesantemente, y con cada latido, el zumbido se
acrecentaba. Dejó entonces, que su pedido volara alto hacia esa fascinante
estrella llena de luz. Decidió que aquel astro radiante se convertiría en su guía.
El viento fue mermando y el frío aplacándose. Sintió un calor blando y afable
rodear su cuerpecito. Y se quedó dormido entre sus lanas, pegadito a la ventana,
y con una sonrisa esperanzadora. Se sintió tan en paz que deseó que alguien más
en el mundo, al apreciar aquella estrella celestial, pudiera percibir como él.
Miles y miles de kilómetros lejos de donde vivía Jesús, en
tierras áridas, y secas, un matrimonio a punto de dar a luz caminaba a paso de
hombre hacia Belén. Las altas temperaturas y la falta de agua dificultaban el
andar. La mujer, María hacía un gran esfuerzo en su respiración para llegar a
tiempo, mientras un viejo burrito la trasladaba. La noche era intensa y el
camino desolado. Su marido calidamente acariciaba su panza y le convidaba agua
fresca de una vasija de barro. Sus miradas, tiernas y penetrantes se
acompañaban en el impreciso avanzar. Los pies se movían por inercia y el
agotamiento cada vez era más intenso. Solo tierra y piedras en el camino. Y el
perenne caminar hacia una cuidad devastada por el calor. Juntos rezaban por una
señal. Una garantía de que iban por buen rumbo.
Repentinamente el cielo se iluminó. Tanto María como su
esposo quedaron cautivados por aquella luz, siguieron su brillo sin poder sacar
su mirada del cielo. Escucharon campanadas en sus corazones y entendieron que
todo estaría bien. Que aquel niño que en breve irrumpiría en este mundo, nacería
con el augurio de aquel astro maravilloso alumbrando el cielo y marcándoles el
camino.
Ambos pensaron en un nombre… y el primero que se les vino a
la mente fue Jesús. No entendieron el motivo, fue solo una corazonada. Pero se
dejaron llevar. Continuaron tomados de la mano con ritmo lento pero fiel. Hacia
donde la estrella mágica les avisara la cercanía de Belén.
Holaaaaaaaaaa! tommy!!!!!! me encanto tu flog! soy Ariel, nos encontramos en el aeropuerto de Londres en Junio te acordas?
ResponderEliminarsos hermoso :) me encantas , me encantaria algun dia poder conocerte besos
ResponderEliminarexelente el texto todo con un toque biblico.me encanto tomy-¡lo mejor en el blog.besitos
ResponderEliminarfantasticccccc!!!
ResponderEliminarmuy buena seleccion para la ocasion.
ResponderEliminarROXRIC
TUS DOTES DE ESCRITOR SON SUBLIMES!!!; ME ENCANTA: BESOS
ResponderEliminarMuy bueno Tommy!!!! Lindo para usar con los chicos en la época de Navidad!!!! Sos un grosso!!!! Felicitaciones!!!!!
ResponderEliminarPERICO.-
Me encantó Tomi!!!!! Wow!! Sublime!
ResponderEliminarescribis muy bien felicitaciones !abrazos
ResponderEliminarTomy, hermoso texto. Emociona. Una pena no haberlo leído antes, para una fecha más alegórica. Sos un genio, muy buen nivel de escritura. Seguí, que queremos leerte. Abrazo grande
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