jueves, 8 de octubre de 2009

Silencio de Mujer



Ella guardaba un secreto. Uno de esos secretos que jamás deben ser revelados…


Durante años conviviendo con el silencio de no poder expresarlo de la boca para afuera, pero contrariamente, con la fogosidad interna de atesorarlo como algo íntimo dentro de lo más profundo de su ser. Un secreto puede ser en la vida de una mujer mucho más que una máscara o un disfraz. Es la sensación de percibir identidad, intimidad, privacidad. Un secreto puede ser un compañero fiel. Una ilusión ardiente que escondida dentro de las entrañas, termina motorizando las ganas de seguir adelante. Atesorado en un rincón inviolable, nadie accede a él. Solo la persona que lo contiene, que lo escucha llorar cuando provoca tristeza, o que lo escucha gritar, cuando a través de la rebeldía quiere salir a la luz. Pero hay cosas que son mejores cuando no se dicen. Cuando quedan enterradas en lo profundo de un alma que clama entre las tinieblas por una justicia que no suele llegar. Cuando quedan enterradas bajo tierra, lejos del sol, lejos del mundo.

Los años pasaban y entre el silencio de cada noche ella establecía contacto nuevamente con su secreto. Cerraba los ojos y contemplaba el rostro cálido de aquel amor prohibido que ya no estaba. Sus vellos faciales, las marcas de expresión, su aliento espeso. Se estremecía por completo. Su cuerpo latía con intensidad haciéndole recordar cuan viva estaba. Podía sentir el choque de ambos labios, dulces como miel caliente. Una sensación extraña fomentaba calor entre sus piernas y escalofrío en su vientre. Pezones erectos y subyugada al deseo de querer ser penetrada. De cuerpo y alma.

Era su momento, nadie debía percatarse de ello. Un encuentro con ella misma. Un cuerpo ardiente y sudado entre los pliegues las sabanas, entre la sombras de la oscuridad, entre la quietud de la noche enmudecida. Solo unas pocas mujeres podrían considerarse afortunadas por haber vivido un amor así. Desinteresado, apasionado, limpio, transparente. Uno de esos amoríos que, al guardarse bajo llave en un cofre sagrado, quedan plasmados en el terreno de la eternidad y la inmortalidad.

Se quedaba dormida naufragando en un océano de lágrimas, algunas de felicidad, otras de tristeza. Con su secreto a cuestas. En esa cama doble, su cuerpo reposando junto al de un extraño al que llamaban “esposo” y con el cual había concebido lo más maravilloso de su existir…sus hijos.

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