sábado, 25 de abril de 2015

Pa y Ma amor








Aparcó el auto justo en aquel recoveco al final de la cuadra. El suelo atiborrado de espesa nieve daba clara señal que sería un enero gélido el que tendrían que soportar en Toronto. Desde anoche no había parado de neviscar.  Afortunadamente el viernes era su día predilecto. Dejar el maletín y las responsabilidades laborales. Pensó en todo lo que le depararía el fin de semana: recoger las hierbas muertas entre la nieve, limpiar el techo del depósito trasero, y si quedaba tiempo empezar con el muñeco que Jaime tanto amaba armar cuando se desplomaba el invierno entre sus pies.

Ya escuchaba desde lejos los gritos de Jaime corriendo alrededor de la chimenea: "llegó papá, a ver que traerá entre manos". Tanto el pequeño como su padre eran inseparables. Como papel y pegamento repetía su madre con risa socarrona. Sacó de su bolsillo abultado un pequeño paquete y lo sacudía con la mano de un lado al otro en una danza corporal que el pequeño adoraba. Jaime atisbaba desde los cristales lo que la nieve le permitía ver, y se quedaba expectante pero deseoso detrás de la puerta esperando el ingreso de su papá. Cada día el mismo ritual. Y al caer la noche nada más entretenido que comer algo rico y caliente con ambos en la mesa y disfrutar de su compañía. Ambos para él.

Antes de dormir, genuflexo ante la cama le rogaba a Dios que sus padres estuvieran siempre bien, que los cuidara mucho y que jamás sintiera su ausencia. Le habían enseñado el verdadero sentido de la gratitud, y de verdad que era un niño extremadamente agradecido. Si quedaban algunos minutos antes de caer completamente dormido, también se acordaba de  pedir por su salud. Pero le restaba importancia. En tanto y en cuanto Papá y Mamá estuvieran cerca todo se encauzaría en tiempo, lugar y forma.  Se quedaba dormido en la quietud de un vecindario todavía  acobardado por las bajísimas temperaturas entre sus muñecos y autitos desperdigados por todo el acolchado. 

El café colombiano recién molido y su aroma  tan particular perfumaban la casa desde temprano con el primer cantar de algunos pájaros heroicos,  el incesante crujir de los troncos helados , y el goteo perenne de la nieve que comenzaba a descongelarse antes los endebles rayos de luz del alba. Abrazaba con sus dedos la taza humeante y se dejaba llevar por la cerámica candente entre sus manos.  Descalza ante el fuego del hogar, saboreaba ese momento del amanecer. Todos dormían y en su silencio su cabeza no lograba descansar. Se precipitaban todo tipo de imágenes, algunas trágicas, otras esperanzadoras pero todas con final incierto. Cómo hacer para maquillar semejantes penas. De dónde sacar tantas fuerzas. A quién aferrarse en los momentos de mayor flaqueza. La difícil tarea de ser madre de un hijo con leucemia. Tantas preguntas abrumadoras la azotaban con la misma rapidez que el fuego carbonizaba la madera delante de sus ojos.


El almuerzo estaba servido, y el chiquitín clamaba por su padre quien desde afuera con una pala trataba de despejar el camino y evitar que la nieve impidiera el acceso a la casa: "Si papito no entra ahora el caldo se va a enfriar". Por la tarde se desató una intensa tormenta con vientos potentes que llegaron a derribar muchas ramas y a desclavar varias tejas de casas aledañas. Todo un espectáculo, pero para disfrutar desde adentro. La idea de armar  el muñeco quedo trunca por el momento. Aprovecharon para ordenar viejas fotografías y recordar historias pasadas que tanto disfrutaba Jaime.  Se quedaba embelesado con los días de secundario de su papá  riéndose a carcajadas cuando le contaban con somero la noche del baile de graduados cuando se besaron por primera vez. En ese viaje retrospectivo ella siempre salía perdiendo. Había ciertas cosas que le generaban un sonrojo evidente.

Durante la hora del baño le gustaba escuchar  como su padre cantaba con la guitarra canciones de los 60 s desde la otra habitación. Los Beatles eran sus favoritos desde ya. Tal vez hubiese cuajado perfectamente como el quinto del cuarteto, pensaba al mismo tiempo que notaba los pliegues en los deditos de sus pies sin animarse a sacarlos todavía de la tina caliente. Luego el ritual del secado, el ominoso contacto con el frío real. Y la pregunta que dejaba callado a ambos: cuándo crecería su pelo, cuándo podria peinar su cabello como el resto de los chicos de su edad. Nada que fuera imposible de contestar. Pero aprovechaba con astucia ese cuestionamiento porque sabría que luego vendría un aluvión de abrazos acogedores y muchos mimos casi interminables que si bien no oficiaban de respuesta, calmaban la ansiedad por querer saber algo tan simple como la razón de tener la cabeza calva.

Una vez curadas con vendas las cicatrices por los reiterados pinchazos en sus antebrazos, pudo corroborar lo que su olfato de insinuaba. Una  esponjosa torta de manzanas silvestres que salía del horno y perfumaba el ambiente, yacía inmóvil en el centro de la mesa. Nada mas exquisito que hincar los dientes en ese colchón frutal y acaramelado. Y más deleitoso aún si se acompañaba con una taza tibia de chocolate. Decidieron disfrutar de ese postre mientras armaban un rompecabezas que mantuvo ocupados a los tres hasta entrada la madrugada. Era sábado, y lógicamente con la anuencia de sus padres podía acostarse fuera del horario normal.


El domingo era jornada religiosa. El médico les había recomendado no salir si el  clima frío persistía. Jaime tenía una biblia especial para niños. Su parte preferida era la del éxodo,  siempre pedía que le contaran cuando Moisés liberaba al pueblo de Israel de los malvados egipcios. Pero la apertura del mar Rojo lo dejaba boquiabierto. Le habían inculcado muchos valores y dogmas religiosos .Su padre insistía en repetirle que muchas veces lo que deseábamos no era lo que Dios consideraba que necesitáramos. Por eso había que aceptarlo, aunque fuera a regañadientes. "Supongo que lo dirán por mi enfermedad", presumía en silencio el pequeño Jaime sin entender del todo lo que le pasaba y aquella realidad con la que tenia que lidiar día a día.


El lunes lo encontró despidiendo a su papa desde la escalera con el pijama todavía puesto. Odiaba ese momento tan temprano de la mañana. Ver el perchero de la entrada vacío y el irritante ruido del motor del auto tratando de combatir las temperaturas glaciales. Bajó los escalones con sigilo y corrió apenado hacia el cristal empañado.  Apoyó su manito deslizándola hasta abajo.  Con la punta del dedo escribió sobre el vidrio lo que le dictó su corazón: "Pa y Ma amor". Se quedó contemplando como el auto se alejaba entre la blancura del barrio. No se imagino que al volver a la cama su madre lo estaría esperando acostada para conciliar de nuevo el sueño, pero esta vez  entre sus brazos.


"Que afortunado soy" , farfulló mientras cerraba sus ojos.

6 comentarios:

  1. Que genial leer esto a esta hora, a veces no sabemos apreciar las pequeñas cosas de la vida que no son tan pequeñas!

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  2. Descriptivo, visual y simplemente estruja el corazón. A veces damos por sentado muchas cosas.

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  3. muy profundo y simple a la vez.

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  4. En realidad , veo con placer esta publicación ...Es incríblemente bella , con un dejo de emotividad y un poquito tristona ( yo estoy triste ), pero invalorable la narración porque es como si lo estuviera viviendo...El valor de la vida y la ternura de las pequeñas cosas ...Gracias por compartirla Tomy ...♥

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  5. De quien es el texto?

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  6. Gracias por compartir cosas tan lindas tomi! Tu blog es excelente, me encanta como escribís

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