martes, 19 de octubre de 2010

Amor bohemio



Sabía que no era dueña de nada. Que esta noche sería una más de las tantas: apasionadas, ilustres, ideales, carnales. Hay noches que se engalanan en gloria, mientras que otras solo se cubren de lluvia y se evaporan en el olvido.

Brisa veraniega. Amor bohemio. Las cortinas blancas volaban por la habitación. Él, con su desnudez, se ubicó frente al piano. Medio hombre, medio oscuridad, comenzó a sentir intrínsecamente el sonido de las teclas entre sus dedos, Mirándola fijamente le susurró al oído la canción más enternecedora que jamás había escuchado y volvió a llenarla de besos. Se tiraron en el balcón y lo hicieron nuevamente bajo la luz de la luna. Prendieron marihuana y se dijeron sobre sus vidas.

Cada palabra pronunciada salía del corazón. Que bueno es poder hablar cuando no hay un verdadero compromiso de por medio. Como si lo dicho quedara flotando inciertamente en un aire efímero. Sin necesidad de dar demasiadas explicaciones, sin el apuro de tener que demostrar nada. Ambos sabían que junto con la irrupción del día, el genuino hechizo se rompería, para volver a convertirlos en dos perfectos desconocidos buscando su lugar bajo la luz del sol.

Se miraron y sintieron chocar sus labios. Sus manos volvían a descubrir cada rincón clandestino de sus cuerpos. Llenaron la bañera de cerveza y dejaron que la libido sexual hable por su propia cuenta. Se emborracharon de sexo, nada más sensual que una piel fogosa emanando sudor con sabor a alcohol. Intensa conexión. Dos envases que se encuentran y viven un amorío de tan solo horas, con la luz de la luna como única cómplice.

Pusieron jazz y se practicaron sexo oral mientras bailaban frente al espejo. Sin prejuicios. En total libertad sexual, emulando amarse. Compartieron sandía fresca de la misma boca, se besaron hasta dejar el plato vacío. Volvieron a contarse sobre sus miedos y sus ambiciones. Se emocionaron y dejaron que sus ojos lloren en completa paz.

Ella lo rodeó con sus brazos de porcelana, y se quedó dormida contando ovejas. Sabía perfectamente que al despertar, cual historia de Cenicienta, ese torso aterciopelado se convertiría en su almohada de plumas, sin dejar rastro alguno sobre las sábanas de la cama. Y esa noche de estrofas y versos románticos quedaría para siempre como un recuerdo que, seguramente, la luna jamás olvidaría…

sábado, 2 de octubre de 2010

El mar jamás había estado tan brillante



El mar jamás había estado tan brillante como la tarde hoy. La luz del sol sobre el agua transparente reflejando un firmamento sonriente y lleno de luz. Caminamos por la playa a paso lento, pero preciso. Tus pies junto a los míos, guiándome sin rumbo fijo. Nada más importa. Tu cabello danza con el viento veraniego y tu sonrisa blanca y sanadora ilumina mis ojos. El sonido de las gaviotas volando cerca de nuestras cabezas, y la música de las olas rebeldes sobre el acantilado. Como si no me quisieras dejar ir, tus dedos me aprietan fuerte las manos, permitiéndome olvidar lo fríos que estaban la última vez que los había tocado. Todo es paz alrededor nuestro.

Nuevamente juntos tu y yo, siempre supe que volverías a buscarme. Fue tan triste para mí aquella mañana de invierno. Me miraste fijo, y con toda la angustia que implicaba, decidiste decirme adiós. El cielo lloró nuestro distanciamiento. Llegué a la casa vacía y sentí tu perfume flotando en el aire. Y venere nuestro amor. Comprendí que había lazos que nunca podían erosionarse, ni aún con el paso despiadado de tiempo. A veces el destino puede transformarse en un enemigo cruel.

Arena tibia, testigo de nuestro andar. Nuestros pies van dejando huellas a lo largo de la costa. El paisaje del mar solo para nosotros dos. Con cada paso hacia delante, la gente de alrededor va desapareciendo. Dos corazones que laten juntos hacia la felicidad plena. Una brisa con sabor a arena quemada acaricia cortésmente nuestros cuerpos. Y nuestro caminar perenne hacia un horizonte lleno de colores.

El mar jamás había estado tan brillante como la tarde de hoy. El aire huele a sal. Tu compañía me devuelve integridad. Te veo tan nítidamente a mi lado y descubro que la luz que irradias es tan fuerte como la del sol. Haces brillar el océano como nadie antes había podido hacerlo. Me froto los ojos una y otra vez, tu cuerpo se abre enteramente hacia el cielo inmenso. Pierdo noción del tiempo y el espacio. Me siento tan libre como un ave. Me aferro a tu pecho como lo hice por primera vez al salir de tu vientre y me quedo acurrucado entre tus brazos. Ojala nadie me arrebate de aquí. Tu luz me invade y me permite ver la verdadera certeza. Dejamos de ser dos para transformarnos en uno. Me expando hacia la totalidad sin dejar de sentir tu esencia pegada a mí. Calma. Serenidad. El mar jamás había estado tan brillante como hoy, y yo jamás me había sentido tan completo y en libertad.