jueves, 9 de diciembre de 2010

Fan




Cuando abrió el matutino y pudo constatar con sus propios ojos lo que se le presentaba en el papel sintió una arritmia fascinante que invadía todo su cuerpo. Se frotó los ojos y se quedó contemplando aquella imagen varios minutos más. Un mundo de sensaciones se dilataba dentro suyo hasta hacerlo explosionar. Se acercó al almanaque y comenzó a tachar días. Boquiabierto se miraba al espejo tratando de entender como semejante milagro comenzaba a recorrer el camino hacia la concreción.

Prendió el televisor, y efectivamente esa nota periodística tomaba vida dentro de la pantalla. El anuncio de la llegada era inminente. Alguien garantizaba que el 5 de abril seria una verdadera fiesta. Noticias como estas hacían que uno pudiese sentir verdadera grandeza, como si el espíritu saliera del cuerpo llegando a lo alto del cielo y alcanzando la vibración de cada uno de los rayos del sol.

Dejo atrás aquellos días plagados de “adiós”, e impulsado por la melodía más pujante y penetrante salió corriendo hacia las calles transitadas de aquella cuidad estresada. Su cabeza no dejaba de tramar, de tejer y enhebrar deseos tan sentidos. Era una invasión de pensamientos que terminaban contaminando visualmente su cerebro, y una continua intermitencia en su respirar.

Corrió desesperado entre los autos, árboles y gente. El sol pegaba fuerte sobre el asfalto y el aroma urbano sabía a esperanza. De repente todo se tornaba colorido. Rememoró aquellas épocas de rebeldía y subversión joven en la cuales todo estaba permitido. Y si bien mucho tiempo había pasado desde ese entonces, era casi sorprendente volver a sentir con la intensidad de un adolescente. Como si ese cúmulo de sensaciones almacenadas en lo más profundo de su ser, detonaran repentinamente de modo indisciplinado rogando salir a la superficie.

El corazón también tiene memoria. Volver a creer. Permitir sentir nuevamente con la ingenuidad y transparencia que solo los fieles pueden concebir. Cuando una emoción es legítima ni siquiera el atroz paso del tiempo puede destruirla. Un impulso arremetedor, una conexión con nuestra esencia que no puede ser explicitada en palabras, una huella del pasado, una parte de la historia, la canción que engalanó nuestro cuento de amor…

Por fin llegó hacia su destino tan añorado. Parado inmóvil delante del cartel inmenso que brillaba entre el pálido gris urbano, se animó a llorar. Una gigantografía que acreditaba lo grandiosos que eran, un estadio conmovedor aguardando por el gran momento, y una boletería ya repleta de gente. Pensó que en algunas películas los protagonistas cumplían sus sueños imposibles. Decidió entonces, empezar a escribir su historia.

Caminó hacia la luz del atardecer veraniego con su entrada en mano y su sonrisa a cuestas. Con el regodeo que solo los soñadores incansables pueden llegar a sentir. Con el sabor a victoria que solo los más leales pueden lograr deleitar…