viernes, 17 de agosto de 2012

Mi propia tormenta







El cielo negro, como si fueran las 2 de la mañana. Solo en mi cuarto. Agachado en una esquina con la cabeza contra la pared. Me tapo los oídos. Ya no soporto el ruido de los truenos. Me atosiga, me asusta. Tiemblo por momentos, mi respirar se agudiza. Me empieza a faltar el aire. Me rehúso a mirar alrededor. No quiero ver como esta tormenta destruye lo poco que queda.

Cada gota sobre mi cubierta pega como una bala sobre un corazón agujereado. No creo que el techo resista mucho más. El viento se esta llevando todo por delante: árboles, edificios, autos, gente. Puedo escuchar el grito de socorro de aquellos que están afuera. No me animo a salir de acá para poder socorrerlos. La lluvia más potente que jamás haya escuchado. Ya no hay manera de escapar.

Quieto, inmóvil con mis ojos casi cerrados. De repente el peso del mundo sobre mis hombros. Las paredes ya comienzan a tambalear. Puedo sentir la mampostería quebrándose por dentro. Los ladrillos lloran también. Se corta la luz, no hay ruido más que la incesante tempestad que me rodea. No queda mucho tiempo. Mi mente en blanco. El cielo esta furioso.

Un relámpago destroza mi vecindario. Supongo que cayó cerca de acá. Tal vez en esta misma cuadra. Maldigo a los meteorólogos que no lograron advertirnos sobre semejante siniestro. Me pregunto si el fin del mundo esta cayendo sobre nosotros. Es demasiado pronto, no me quiero morir. Cierro mis manos y rezo desde mis entrañas.


Se rompen las ventanas, el destello de vidrios salpica y corta mi espalda, debe haber sangre por todo alrededor. Puedo sentir como se caen los muebles del living, la caja de porcelana arriba del piano, la vajilla desde la cocina. El ventilador de mi pieza estalla contra la cerámica. Desesperación. Las ráfagas golpean a mi puerta. Inválido. Mi gato tiembla debajo de la cama. Puedo escuchar la consternación en su latir.


Mi casa debe ser la última en no haber sido arrollada por el tornado. Esta llegando, puedo escuchar su encono. Jamás me había sentido tan desdichado. Un verdadero mártir. Que modo tan terrible de morir. No encuentro resguardo, no localizo protección.

Cegado por el viento acuoso, puedo escuchar una señal de vida. Mi celular suena desde arriba de mi cama. Como llegar hasta allá. Tal vez alguien sepa de algún refugio. Solo un metro y medio me  separa de aquel objeto que podría llegar a transformarse en mi salvación, pero alcanzarlo implica una verdadera odisea. Paralizado por el miedo trato de entender que debo atender esa llamada.

Cada segundo una eternidad. Si me quedo en este rincón nada va a cambiar. Siento la sangre chorrear por mis piernas. Me orino encima. Estoy empapado ya. En cuclillas y muy lentamente apoyo mi mano sobre el borde del colchón. Sin sensibilidad en mis dedos. El sonido del teléfono me altera. Solo un par de movimientos más. Busco entre la oscuridad con mis manos sobre las frazadas. Los rayos sobre mi cabeza y el huracán esperando atacarme de frente. En un terminante intento desesperado me abalanzo sobre el otro borde. Tirado por completo sobre mis sábanas finalmente logro alcanzar el pequeño aparato.

Atiendo casi sin voz y con el cuerpo temblando. Mi corazón a punto de caducar. Con un último suspiro atino a decir: "aca"...





La dulce voz de mi amiga: "Hola, ¿Estás bien? Tenés voz de dormido. Vayamos al parque hoy. Casi no hay humedad y el sol está resplandeciente desde temprano, ¿ te paso a buscar? Decime que si..."




domingo, 12 de agosto de 2012

Una mansión sin puertas




Tenía esos ojos mágicos que podías divisar desde millas a lo lejos. Vestía ropas tan brillantes como el alba. Llegaba llena de colores, con joyas a su alrededor. Su pelo bailaba con el viento. Los ángeles rendidos ante tanta belleza.

Con una copa de vino se transformaba en la estrella de la disco. Anillos plateados. Sus curvas amalgamándose entre las luces. Todo bajo su control. El oro en su sonrisa, el arco iris en sus piernas. Suavidad y sensualidad.

Dueña de la noche. Un capullo que abre sus pétalos con el sonido del amanecer. Una gota de sangre recorriendo una copa de vino. Rojo carmesí brotando de su escote. El perfecto sudor brilloso de sus piernas. Perlas en sus muñecas coqueteando con sus caderas.

Carne que se quema en sus labios. Creadora de incendios. Los demonios despiertan en su mente. Perfuman el ambiente con esencia prohibida. La mujer sin nombre, perdida en la oscuridad. Inalcanzable. La magia en sus tobillos.

Sus tacos bailan al son de la música setentosa. Tira besos, alimenta los deseos. El ritmo en sus brazos. Enamoradora de corazones solitarios y alcoholizados. Perfecta perversión, inmoralmente correcta.

El centro de la escena. Una mansión sin puertas. Lujosa por donde la mires, digna de ser contemplada por fuera, pero imposible ingresar a ella. Al menos así se sentía ella. Al menos así la percibían los demás.

domingo, 5 de agosto de 2012

La luz del mundo







 Otoño de 1866. Su amor se va. Un bosquejo vacío. Cómo hacer para llenarlo si ni siquiera le ha dejado aire para respirar. El acrílico huele a muerte entre esas cuatro paredes. Un cadáver de mujer petrificándose y los llantos de un niño recién nacido que exige vivir…

Mañana su vida debería continuar, pero sin rumbo fijo. Sin lugar donde purgar aquellas penas. Cansado de escuchar el llanto en el silencio. Caduca una nueva historia sin final feliz. Pesa el aire. Gélido e indestructible el metal de las vías vacías que se llevan lejos a un tren que ya no regresaría…

El sol se esconde entre el límite que une la tierra del cielo. Se pregunta cuál será el límite ahora, y si existe algún paraíso que sostenga semejante desdicha. Los escarabajos vuelan en el atardecer de una pintura desolada. Entre sus brazos, su primogénito buscando protección. Y el dibujo de sus ojitos buscando claridad.






Pegado a la cuna un lienzo buscando cobrar vida. Aguardando que la inspiración baje directo al pincel. Los listones cubiertos de polvo. Solo una débil chispa de luz por la ranura de la ventana y la concentración de Holman aprovechando la tranquilidad del bebé mientras duerme.

Su biblia como referente. Una puerta pesada de madera totalmente cerrada, arcos de piedra y ladrillos cubiertos de hiedra, van tomando forma. Comienzan a fluir sus sentimientos religiosos y ese cuadro misteriosamente se empieza a llenar de luz.

Se amalgaman los colores de la paleta y un sinfín de formas van encontrando su rumbo. Más color entre tanta negrura, y más emotividad plasmada en el papel. La espátula y el trapo bailan incansablemente con el objetivo concreto que terminar de delinear lo que tienen en su mente. El aire tiene música y el viento recobra melodía. Ese bastidor tensa una prometedora obra de arte.

Más aguarrás suavizando el óleo en sus tintes básicos. Rojo medio, amarillo y azul de cobalto, verde esmeralda, tierra de siena natural y tierra de siena tostada, blanco de titanio y negro de carbón de huesos. La combinación adecuada para estampar sensaciones tan dispares. Y la brocha yendo y viniendo a lo largo y ancho de aquel pedazo de tela.

El niño despierta. Abre sus ojos ante semejante belleza. La habitación se llenó de perfume. El artista no deja de conmoverse. Solo algunos detalles más para culminar su creación. Unos reflejos dorados al vello de la barba y el matíz de la vela sobre la túnica blanca.

En algún lugar muy profundo de su ser, Holman había sentido una presencia suprema. Previo al sellado con impermeabilizante guardó la lámina detrás del armario de roble francés. Lo atornillo contra la pared.  Jamás la saco de ese lugar. Ese fue su secreto más preciado hasta el día de su muerte.







En 1947 Europa se recuperaba de la Segunda Guerra Mundial, varias casas antiguas de Londres habían sido ocupadas en la clandestinidad por criminales y malhechores que buscaban refugios para esconderse de los soldados. Una vez asentados allí cubrían puertas y ventanas para evitar dar señales de vida.

Un ambiente vacío, sucio y desolado. Pinturas y cuadros dispersos por el suelo. Telas de araña en los altos techos descuidados por la humedad, y un centenar de pomos de colores secos sobre una mesa deteriorada.

Corrieron todo sin hacer ruido. Dieron vuelta aquella vivienda. Desarmaron el armario amurado contra el paredón e hicieron una pequeña fogata para pasar la noche. Y allí, entre tanta polvareda y tufo, yacía erguido y arrinconado ese maravilloso retrato que llamó la atención de aquellos comensales.

Jesús ante un pesado portón de madera. El fuego del ambiente les permitió divisar un mensaje al pie del cuadro. Estaban escritas las siguientes palabras: “He aquí, yo estoy en la puerta y llamo; si alguno oye la voz y abre, entraré y cenaré con él, y él conmigo”. Todos quedaron asombrados ante semejante perfección.

Años después un prestigioso grupo de estudiosos de la Hermandad Prerrafaelita, descubrieron algo que solo el más avistado ojo podía percibir. Algo faltaba en esa pintura: no había picaporte en la puerta. No podía abrirse más que desde el interior. Admirados se quedaron pensando en aquella imagen. El mensaje de Holman Hunt era claramente, el mensaje que Dios tiene para nosotros.

Dios viene a tu casa, sube los peldaños y toca a la puerta. Pero eres tú quien tiene que dejarlo entrar…


Cualquier semejanza con la realidad, es pura coincidencia.